Artículo de David Fuente Adrian.
Marx y Engels resumieron su concepción de la historia en diferentes momentos. Esta concepción es fundamental, porque en parte es un producto teórico fruto de su trabajo revolucionario, y en parte es una herramienta para esa actividad práctica.
El siguiente párrafo está extraído de La ideología alemana, aquel borrador que escribieron en 1846. Se trata de unas frases un poco abigarradas, pero luego las iremos destrenzando. Muestran su visión materialista y revolucionaria:
«Esta concepción de la historia consiste, pues, en exponer el proceso real de producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción y engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases, como el fundamento de toda la historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando en base a ella todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad (y también, por ello mismo, la acción recíproca entre estos diversos aspectos).”
Hasta aquí su visión. Ahora veamos contra qué la enuncian. El párrafo sigue así:
“No se trata de buscar una categoría en cada período, como hace la concepción idealista de la historia, sino de mantenerse siempre sobre el terreno histórico real, de no explicar la práctica partiendo de la idea, de explicar las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, por donde se llega, consecuentemente, al resultado de que todas las formas y todos los productos de la conciencia no brotan por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la «autoconciencia» o la transformación en «fantasmas», «espectros», «visiones», etc., sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan estas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución.»[i]
Vemos que Marx y Engels lanzaban aquí su concepción de la historia contra las posturas idealistas, basadas en una crítica filosófica del mundo. Frente a la mera “crítica”, proclaman la «revolución», es decir, “el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales”, que es donde se fundan los problemas vigentes.
Marx, en sus breves y famosas notas de 1845 conocidas como Tesis sobre Feuerbach, le achacaba a este filósofo lo siguiente:
«En La esencia del cristianismo [Feuerbach] sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse. Por tanto, no comprende la importancia de la actuación ‘revolucionaria’, ‘práctico-crítica’.»
Marx dice que Feuerbach “no comprende”. Como vemos, no se limita a reprocharle su inactividad al filósofo. Le critica que su pobre filosofía no entiende el peso de la actividad revolucionaria, “práctico-crítica”. Se trata de una filosofía ya insuficiente como filosofía.
Estas conclusiones no lo brotaron a Marx de la cabeza de manera espontánea. Fue un proceso complejo ―vital, no solo intelectual― el que le situó como revolucionario comunista: un choque entre sus conocimientos pasados y los nuevos, entre sus inquietudes y el despotismo prusiano (que cerraba el paso a todo aspirante a profesor de universidad no complaciente), entre la lucha periodística y lar armas, entre los círculos de la burguesía radical y el movimiento obrero. Afrontando estas y otras circunstancias, fue definiéndose.
Por ejemplo, el materialismo de Feuerbach supuso para él un gran avance filosófico en 1841-43, pero vemos que ya era insuficiente para 1845. Un capítulo importante de este proceso fue el análisis de cuestiones económicas que Marx llevó a cabo como redactor de la Gaceta del Rin en 1842. Esta circunstancia le hizo dedicarse por primera vez al estudio de los intereses materiales. Aquel trabajo le sirvió, junto con elementos de Feuerbach, para su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel en 1843-4. Entre 1842 y 1843, Marx hizo aprendizajes radicales. Por ejemplo, el 16 de octubre de 1842 aún pensaba esto:
“Tenemos el firme convencimiento de que no es en el intento práctico, sino en el desarrollo teórico de las ideas comunistas donde está el verdadero peligro, pues a los intentos prácticos, aunque sean intentos en masa, cuando se reputen peligrosos, se puede contestar con los cañones, pero las ideas que se adueñan de nuestra mente, que conquistan nuestra convicción y en las que el intelecto forja nuestra conciencia son cadenas a las que no es posible sustraerse sin desgarrar nuestro corazón; son demonios de los que el hombre sólo puede triunfar entregándose a ellos.”[ii]
Marx no dejaría de lado la suma importancia de la conciencia, pero esta idea tomaría un sentido plenamente revolucionario al menos desde la segunda mitad de 1843, al hilarla, ya no al individuo abstracto, sino a un protagonista concreto de la sociedad burguesa: el proletariado. Solo el proletariado podía hacer que la teoría fuera un arma material, no meramente ideal, y así transformar al orden existente.
Antes de que hilara estas conclusiones, pero ya insatisfecho con su propia circunstancia vigente, le podemos ver en esta escenificación de 1843, polemizando con sus compañeros de la Gaceta del Rin, minuto 3:57 – 6:15.
https://www.youtube.com/watch?v=vkVFpce_yXA
El Marx de las tesis sobre Feuerbach que estábamos leyendo es el de esta escena, pero enriquecido con nuevos aprendizajes tras ir a París, dedicar allí un año a los estudios de economía política, y comenzar a conocer de cerca el socialismo y comunismo franceses. Ya con esto incorporado, en la tesis III decía:
«La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen).
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.»
Vemos por tanto que en la actividad revolucionaria, práctico-crítica, coincide lo que parecía imposible que coincidiera según ciertas teorías: la actividad humana puede cambiar las circunstancias. No solo las nuevas circunstancias cambian la actividad, sino que la actividad genera nuevas circunstancias. ¿Cómo? La historia que han desarrollado los seres humanos es un vasto ejemplo consciente e inconsciente de esto: las sociedades que crecieron en su desarrollo cotidiano, entrando en contacto de diferentes formas y engendrando nuevas sociedades; el descubrimiento de técnicas (la agricultura, la fundición del hierro, las nuevas tecnologías) cuyas consecuencias han transformado las formas de vida. El ser humano está en una actividad práctico-crítica constante, definiéndose y modificándose al modificar su entorno, satisfacer sus necesidades y descubrir nuevas.
Esta concepción trastocaba el paradigma ilustrado. No se trataba ya del sueño de que una parte de la sociedad educase a otra (la cual debía esperar pacientemente), para así resolver los problemas humanos. Marx y Engels enfatizan que la propia sociedad se educa al transformarse, comprendiendo el mundo en función de sus necesidades de cambio, y construyendo sus valores morales en función de su orden social. Y este orden social encuentra sus pilares en la forma de organizar la producción material:
“El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Marx, 1859, Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política.
La mera crítica ―confrontada por Marx y Engels en La ideología alemana y también en La sagrada familia― pretendía deshacer con la conciencia, con la filosofía, la moral de la sociedad burguesa y su atavío religioso, y así dotar a la sociedad de una moral y una filosofía plenamente humanas que la hiciesen salir de su penalidad material. Pero esto era una ensoñación elitista e inoperante. Por eso Marx y Engels criticaban la extravagante idea de que alguien pudiera creer estar al margen de la sociedad para educarla. No, no. Decían. La cosa no va por ahí. No existe un faro humano por encima de los propios seres humanos. La clave está en el orden material. Sobre él se asientan las ideas (“la miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella”[iii]). Las opresiones materiales no se superan con la mera crítica, sino con actividad práctico-crítica. Hay que entender cómo operan esas opresiones y organizarse para superarlas.
Comprendido esto, el problema filosófico pasa a ser entonces la solución del problema práctico (¡qué limitada entonces la filosofía que no puede entender la práctica!). La clave, por tanto, está en la actividad revolucionaria, práctico-crítica. Y esta actividad no es nada exótico, sino una constante en la historia humana, en continuo cambio.
Pero en nuestra sociedad no vamos todas a una en la superación de sus problemas, porque aquí hay clases sociales minoritarias cuya dominación se nutre de que otras clases mayoritarias permanezcan bajo estos problemas. No estamos ante un orden social uniforme, sino ante uno lleno de contradicciones.
Para nadie es un misterio que la riqueza de los bancos y los desahucios por impago son dos caras de la misma moneda; ni que tal situación no se derrumba con llamados a la buena moral. La tarea, por tanto, consiste en superar esta organización material en la que unos dominan sobre otros. Hay que romper un orden de dominio. Se trata, entonces, de lucha de clases. De los empujes en uno u otro sentido depende el movimiento histórico: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.”
¿Cuál es el poder económico fundamental que domina nuestra sociedad? El capital. ¿Cuál es el sector social, conformado por todos los sexos y razas, que en primera instancia carga con la actual sociedad, generando la riqueza que no domina? La clase obrera[iv] produce la fuente de la que se alimenta el capital, el núcleo principal del cual el capital saca los medios para desarrollarse y dirigir la producción (e incluso las guerras): con tu hipoteca, más prestamos; con tu trabajo, una mayor empresa. Pero esta posición dominada sitúa a la clase obrera, al mismo tiempo, como una potencia latente, capaz de subvertir dicho orden si comienza a actuar autónomamente, es decir, según sus propios intereses. La clave para lograrlo reside en su propia organización; en que sea capaz de convertirse en un poder para sí. Logrado esto, su alzamiento es, al mismo tiempo, el derrumbe del capital. Por eso la clase obrera tiene que ejercer como vanguardia organizada de toda la sociedad, porque es el único poder estructural contra el capital. Es su antítesis. Su actividad autónoma es la premisa para la superación de las condiciones vigentes. Es, por tanto, la abanderada de la supresión de toda dominación; la punta de lanza del nuevo mundo ―sin opresiones de clase, sexo, raza…, con criterio ecológico, etc.― que se ve acompañada por todas las clases trabajadoras[v], los sectores oprimidos y los elementos de otras las clases que comprenden el movimiento histórico en curso.
En la necesidad de la clase obrera de dejar de ser una existencia subordinada a los intereses del capital y de dominar lo que produce, es decir, en su lucha política como clase, va comprendiendo cómo actuar. Fue este proceso histórico el que situó a Marx y Engels como revolucionarios en el movimiento obrero, contribuyendo a nivel teórico y práctico.
En la propia actividad práctico-crítica, la forma adecuada de actuar no viene evidenciada si no se hace el trabajo específico de esclarecer cómo actuar. La acción siempre se guía por unas nociones, pero estas pueden ser espontáneas y estar llenas de imperfecciones. ¿Qué hacer, cómo actuar?; estas preguntas atormentan hasta resolverlas a quien quiere seriamente encontrar el modo de hacer algo. Las insuficiencias analíticas respecto al problema a resolver impiden actuar de forma superadora. “Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”, recordaba Lenin. Marx, al aportar su crítica como arma de la práctica, tuvo por ejemplo que hacer saltar por los aires los planteamientos de Proudhon, que conducían al movimiento obrero a la derrota. De modo que un buen análisis se podía convertir en fuerza material, pero solo si este análisis se centraba en las necesidades de superación de los problemas prácticos y era ejercido por la práctica. Fue este desarrollo recíproco entre teoría y práctica lo que engendró, ratificó y depuró la potencia del marxismo. No bastaba, por tanto, con que Marx escribiera la crítica (misma crítica que ahora yace inerte en bibliotecas).
Engels dijo lo siguiente en los prólogos a la edición inglesa de 1888 y alemana de 1890 del Manifiesto del Partido Comunista:
«Cuando la clase obrera europea hubo recuperado las fuerzas suficientes para emprender un nuevo ataque contra el poderío de las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores [1864]. Esta tenía por objeto reunir en un inmenso ejército único a toda la clase obrera combativa de Europa y América. No podía, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Debía tener un programa que no cerrara la puerta a las trade unions inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles y a los lassalleanos alemanes. Este programa —el preámbulo de los Estatutos de la Internacional— fue redactado por Marx con una maestría que fue reconocida hasta por Bakunin y los anarquistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera.»
La crítica de Marx no podía aspirar a más que a servir al movimiento. Llegado el caso, el análisis lograría tener una potencialidad material tal que Marx pudo acabar diciendo esto sobre El capital: “Es el más terrible proyectil que jamás se haya lanzado hasta ahora a la cabeza de los burgueses” (carta de Marx a Becker, 17 de abril de 1867).
Ahora bien, Marx podía diseñar un buen proyectil, pero para que no estuviese acumulando polvo en una estantería, para que funcionase como verdadero elemento de batalla, había también que estar junto al movimiento obrero a nivel práctico: en las organizaciones nacionales obreras, la Liga de los Comunistas, la Asociación Internacional de Trabajadores…. Como señalaba el Manifiesto del Partido Comunista, era necesaria la “organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político”. Solo así la labor crítica se convertía en fuerza material, en labor práctico-crítica. Lenin, de forma coherente con todo esto, avanzó en el análisis de las cualidades que necesitaba el partido para que esta lucha fuera exitosa, y confrontó todas las desviaciones[vi]. Y es que la labor de Lenin se ceñía a extender y seguir aplicando lo que ya se exponía el Manifiesto:
“Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.”
Inmerso en esta lucha, Lenin defendía, no la idea de partido soñada abstractamente, sino el partido necesario para aquella tarea ya detectada en La ideología alemana: “el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales”.
Frente a los filósofos pretendidamente situados sobre la sociedad, Marx se había posicionado al servicio de la clase obrera y de su movimiento revolucionario. Subordinó y consagró a este su trabajo teórico, pero no de un modo instrumentalista y vulgar, sino de un modo revolucionario y exigente. Así se evidencia por ejemplo en el descomunal trabajo de El capital, donde expone las penosas condiciones materiales que empujaban a madres proletarias a dar opiáceos a recién nacidos para despistar su hambre, o a padres a explotar a sus hijos, mientras los humanistas se escandalizaban de las consecuencias de la sociedad cuyos cimientos no ponían en cuestión. Al mismo tiempo, Marx (y lo vemos en Engels, en Lenin…) lanzaba todo su sarcasmo y crítica aniquiladora contra los complacientes teóricos burgueses, sin concesiones. Lucha de clases en el plano teórico.
Por todo esto, vemos que las individualidades de Marx, Engels o Lenin son en realidad la condensación de una intensísima actividad práctico-crítica de décadas, en relación con camaradas y contra enemigos, y sobre la base de una gran formación. Los trabajamos, no para conocer a ciertas figuras históricas, sino para absorber toda esta experiencia teórica y práctica como herramienta del porvenir. Lenin, bien consciente de esto, leyó absolutamente todo cuanto en su momento se podía de Marx y Engels: todos los libros y artículos publicados por ellos, las Teorías de la plusvalía que editó Kautsky a partir de unos manuscritos de Marx e incluso la correspondencia de ambos. En todas las disputas políticas que enfrentó Lenin, a lo interno y a lo externo del partido, blandió este arma fundamental.
Estamos en el siglo XXI. El diagnóstico de El capital ya no concierne a solo unos pocos países del mundo, sino a todo el planeta. Las causas históricas que hicieron surgir el marxismo están aún más desarrolladas. Por ello, la tarea sigue siendo la misma: “la organización del proletariado como clase, y por tanto, en partido político”. Solo nuestra actividad organizada, nutrida plenamente con la teoría marxista, puede encontrar y generar los medios para construir la fuerza política que supere el orden social vigente.
[i] Más aquí: https://www.webdianoia.com/contemporanea/marx/textos/marx_text_historia.htm
[ii] Véanse en el siguiente enlace los escritos de juventud de Marx: https://historiaycritica.files.wordpress.com/2015/08/marx-1835-1844-escritos_de_juventud_trad-w-roces.pdf
[iii] Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, texto escrito por Marx en 1844 https://www.marxists.org/espanol/m-e/1844/intro-hegel.htm
[iv] Por clase obrera se entiende a los asalariados del capital, es decir, lo que en el Manifiesto del Partido Comunista se denomina “proletarios”,
[v] Las clases trabajadoras incluyen, además de al proletariado, a todo el que vive de su trabajo: asalariados públicos, asalariados domésticos, pequeño campesino independiente, artesanos, autónomos…
[vi] Véase, sobre todo, en Un paso adelante, dos pasos atrás http://archivo.juventudes.org/textos/Vladimir%20Ilich%20Lenin/un-paso-adelante-dos-atras-lenin.pdf