Se cumplen 90 años del asesinato de ocho trabajadores del mar en el curso de una manifestación pacífica en San Sebastián, cuando reclamaban mejoras laborales. Un acontecimiento que ha permanecido casi oculto en la historiografía oficial de la ciudad.
El 27 de mayo de 1931 la Guardia Civil disparaba contra una manifestación de pescadores que había partido de Pasaia, una población obrera y marinera en la periferia de San Sebastián, y que pretendía llevar al centro de la ciudad sus reivindicaciones. Iba encabezada por mujeres y niños con dos pancartas que proclamaban: “Queremos pan para nuestros hijos” y “Libertad para nuestros compañeros”. Morían bajo el fuego Julián Zurro, Jesús Camposoto, José Carnés, Manuel Pérez Allera, José Novo, Antonio Barrios, José Suárez y Manuel López Díaz.
No ha habido un desenlace represivo tan luctuoso como éste en la historia moderna de la ciudad de San Sebastián y, sin embargo, tan poco conocido y menos recordado. Algo inaudito si atendemos sólo a la gravedad de los hechos aunque no si comprendemos las características que tenían los conflictos de clase. Todos los periódicos locales culpabilizaron a los pacíficos manifestantes y aplaudieron la bárbara intervención de la Guardia Civil. El Día, nacionalista, titula el 28 de mayo de 1931: “Una muchedumbre de miles de almas intenta penetrar en la ciudad con fines inquietantes”. La Constancia, tradicionalista, abusa del tópico: “El peligro comunista”, en una columna editorial, y a su lado lo acompaña del relato titulado: “¡Gracias a la Guardia Civil!”. La Voz de Guipúzcoa, republicano, un poco más cauteloso, titula: “Una manifestación compuesta por más de dos mil personas, que se dirigían a la ciudad, hubo de ser contenida por la fuerza”. Las clases acomodadas tenían miedo a que los obreros llegaran con sus reivindicaciones al centro de la ciudad. Ése fue el verdadero origen de la represión. La complicidad de todos los medios hizo que, en cuanto pasaron los hechos noticiables de la tragedia, se silenciaran.
Desde el 1 de mayo de 1931 se había desarrollado una huelga de los pescadores de Pasaia y Trincherpe, dirigida por el sindicato mayoritario, La Unión Marítima, que tiene como secretario al comunista Juan Astigarrabía. El conflicto no se había resuelto, a pesar de varios intentos de mediación entre patronal y sindicato, facilitados por los alcaldes de San Sebastián y de Pasaia, y por el Ministro de Industria de la República, Albornoz, sino que se había agravado con la detención de algunos marineros participantes en piquetes. Y los pescadores decidieron realizar una manifestación hasta San Sebastián para exigir la libertad de los detenidos y entregar una nota con sus reivindicaciones al gobernador civil.
La manifestación llegó hasta el alto de Miracruz, donde fue detenida por soldados del regimiento Sicilia al mando de un capitán. La manifestación forcejeó con los militares, pidiéndoles paso. Los soldados bajaron sus bayonetas y los manifestantes lograron pasar. Doscientos metros más adelante les esperaba la Guardia Civil. Su jefe les comunicó la prohibición de avanzar. A continuación, la Guardia Civil realizó dos toques de atención y una descarga al aire, tras la que, sin más mediación, descargó otra de fusilería contra los manifestantes.
La Antorcha, periódico comunista, en su número del 13 de junio de 1931, resume así los hechos de Ategorrieta: “El 27 de mayo ha sido una jornada roja para el proletariado español. Los pescadores de Pasajes, después de unas semanas de lucha huelguística, se dirigían en manifestación pacífica a San Sebastián. Iban a entregar sus reivindicaciones al gobernador. Iban todos compenetrados por las mismas necesidades. Los hombres, las mujeres y los niños. Unos tres mil. Iban a reunirse con sus compañeros de San Sebastián, confiando en que la República escucharía sus peticiones. Eran justas, como todas las que formulan los trabajadores: aumento del salario miserable, una fiesta cada seis días de trabajo, reconocimiento del sindicato… Pero el camino fue cortado. Habían olvidado el no pasarán de la Guardia Civil. Allí estaban sus fusiles para impedirlo. La manifestación fue destrozada de un zarpazo. Ocho muertos y treinta y siete heridos. Entre éstos últimos algunas mujeres”.
Estos días hemos recordado el suceso en la calle, por primera vez, en el mismo lugar donde se produjeron los hechos, junto al reloj de Ategorrieta. Esperamos que el ejemplo cale en la ciudadanía y que tengamos la fuerza y la organización suficientes para repetirlo cada año. Y construir en torno a él un baluarte de nuestra memoria, la memoria sepultada, para rescatarla. Esa memoria obrera, de las luchas que con sacrificios enormes abrieron los caminos de mayor libertad y más justicia social.