A punto de cumplir los 96 años, el camarada del PCE-EPK Eulogio Díez nos dejaba el pasado 4 de junio. Niño de la guerra, llegó al puerto de Leningrado en junio de 1937 junto a sus hermanos y otros menores vascos y asturianos. Hasta su regreso a Euskadi, vivió en la Unión Soviética: “los veinte años más felices de mi vida”, solía repetir con asiduidad. Y es que no he conocido a ninguna otra persona que hablase del país de los soviets con la misma verdad, convicción, cariño y agradecimiento que lo hacía él. Lejos de sus orígenes, Rusia, como a él le gustaba citarla, se lo había dado todo: educación, afecto, convicciones, valores… eso y mucho más.
Los recuerdos de aquella época se plasmaban en infinidad de relatos y anécdotas que a él le gustaba referir y a nosotros mucho más escuchar. Tenía grabada en el alma la calurosa acogida en el puerto de Leningrado, recibidos como hijos de héroes antifascistas combatientes de la República española. Retuvo con viveza los detalles de aquel primer contacto: las flores, los abrazos, las sonrisas, los vítores de la organización de los pioneros soviéticos… “y la primera taza de cacao que tomé en mi vida, no lo había visto antes”, me relató en una ocasión.
Luego vino la convivencia en la casa de acogida, con sus compañeros y los educadores soviéticos y españoles, la evacuación lejos del frente tras la pérfida agresión germana, sus deseos de alistarse para combatir a la bestia nazi, rechazada por su minoría de edad, los desvelos del director para que no les faltase de nada en los momentos más difíciles de la contienda: “los soviéticos nos dieron lo que en ocasiones no podían dar a sus hijos”, decía. Y todas sus vivencias las exponía cuantas veces hiciese falta para desmontar por doquier, más de lo que la paciencia hubiese requerido como deseable, los mitos, tergiversaciones cicateras o clichés aviesos y malintencionados que sobre la Unión Soviética de entonces y la posterior circulan como mercancía común.
Completada su formación, pasada la infancia y la adolescencia, conoció bien diferentes lugares de la geografía soviética, que más que un país era un continente completo. Lo recorrió todo, trabajó y convivió con sus gentes, y fue uno más entre ellos. Por eso no permitía que se hablase mal de los soviéticos, los conocía por dentro y si en cualquier momento se permitía la licencia de algún “pero”, seguidamente y de inmediato era sobreseído con una indulgencia siempre razonada.
La colonia infantil de Jersón en la Ucrania soviética, Bujará con su sol abrasador en el Asia Central, el néctar dulce de la corteza del abedul siberiano que con tanta fruición describía… un acervo completo de vida, forjado en el contacto con tantos y tantos lugares y gentes, de toda clase y condición. Como aquel religioso ortodoxo, del que apostaba ufano Eulogio ante sus compañeros, con la certeza de lo que efectivamente va a ocurrir, que recibiría su saludo con una ligera inclinación de cabeza al pasar frente a él, como invariablemente sucedía. Al parecer, el propio Stalin había consultado con el Patriarca de todas las Rusias, qué se debía hacer con este clérigo colaboracionista de los nazis, a lo que la máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa había respondido que no dudasen en condenarlo por traidor a la patria y por hereje. Y allí estaba nuestro joven komsomol español, recibiendo el saludo diario de aquel sacerdote ortodoxo que purgaba su doble falta, la de la impiedad y la felonía, contribuyendo con su trabajo al engrandecimiento de la patria soviética en las obras de construcción del canal Volga-Don.
Después de aquella vida plena y gozosa vendría el regreso con la familia recien creada a la España fascista, blanqueda por el anticomunismo USA-otanista puesto al servicio de la guerra fría, con interrogatorio preceptivo por los servicios de seguridad franquistas con la supervisión de los servicios norteamericanos. “Preguntaban chorradas y más chorradas les conté”, se burlaba. ¡Bueno era él, no les dio ni una!
Vivió y conoció la lucha contra el franquismo, la detención, la ‘escuela de la cárcel’ incluidos los seudo intelectuales de lenguaje ampuloso y retórico que describía con ironía; el nacionalismo pequeñoburgués de capilla en su Euskadi natal, engrendro de la Transición, estrecho para alguien que había conocido el internacionalismo de verdad. La campaña anti OTAN, la primera IU y todos los procesos posteriores. Allí estaba y está siempre su familia, los suyos y ha estado él, con su juicio siempre certero, sobre todo y sobre todos. ¡Qué ojo tenías, camarada Eulogio! Nos queda tu recuerdo, la impronta, la firmeza de tus convicciones, tu infinito amor por Rusia, la lealtad a las ideas del comunismo, un referente y un ejemplo a seguir para quienes te conocimos.
Artículo de Mikel Hernández en Mundo Obrero.